Pulsión

Las descendientes de Aracne olvidaron la lección. Conocedoras de los entresijos del arte de los telares, se afanan ahora por competir en el ámbito de la danza. Sin descanso, tratan de imitar y superar la belleza de los gestos de las bailarinas, ajenas éstas a esa lucha sin sentido. Mientras ensayan las figuras, sus rivales intentan hacer lo mismo en vano. Así pasan las horas, oscilando como péndulos envidiosos.
Microrrelato escrito para el concurso Minificciones.com.ar

Pigmalión

La habitación está prácticamente en silencio. Sólo se escucha la respiración entrecortada de Pigmalión y el contacto de la gubia sobre el marfil, en el que poco a poco va formándose la figura de una mujer. Pigmalión la talla con paciencia, observando cada detalle, calibrando cada gesto. Apenas terminada, se da cuenta de que es la escultura más hermosa de cuantas ha hecho. Incrédulo, admira su propia obra. Acaricia cada volumen, cada pliegue. Su mirada se pierde en los ojos trepanados, profundos, y se desliza hasta llegar a los labios. Allí se queda, hasta que se atreve a besarlos. Nota cómo la frialdad del marfil le roba su propio calor, y siente deseos de abrazar a aquella mujer. Muy despacio, acerca su cuerpo al de ella. Atormentado por la rigidez de su contacto, la estrecha aún con más fuerza. Y así, sintiendo el dolor que le produce la presión del marfil en su cuerpo, le pide a la diosa Venus que le conceda una mujer semejante a ésa que no puede responder a sus caricias. Entonces nota cómo sus manos ahondan en la escultura, cómo son capaces de dejar marcada la piel. Acaricia la espalda, y un estremecimiento recorre el cuerpo entero. Mira sus ojos, y vuelve a perderse en su profundidad, esta vez sin límites. Besa sus labios, y éstos lo acogen cálidos. La habitación sigue estando prácticamente en silencio. Sólo se escuchan dos respiraciones entrecortadas.

Reliquia

Después de seccionarse el lóbulo de la oreja izquierda, Vincent Van Gogh guardó aquella pequeña parte de sí mismo en una cajita, y se dirigió a un burdel de la Rue du Bout para entregar tan original presente a una mujer llamada Rachel. “Guarde este objeto con cuidado”, le dijo, y se marchó a la Casa Amarilla.

Nadie supo las razones que llevaron a Van Gogh a hacer algo así. Su gesto quedó vacío de contenido, como tantos otros a lo largo de su vida. Pero no le importó. Con la oreja vendada, sigue pintando. Se autorretrata. No habla de lo ocurrido, sólo trabaja en sus obras. Sabe que es difícil encontrar un comprador, pero no deja de intentarlo. Tiene dificultades para relacionarse con los demás, pero sigue buscando calor humano. Van Gogh no lo sabe, pero el tiempo, irónico, le dará la vuelta a las cosas. Sus obras llegarán a tener un valor impensable, y el rechazo que sufrió en vida se volverá admiración después de su muerte. De conservarse el contenido de aquella caja perdida en un burdel, sería visto de manera distinta: una reliquia.

A cuatro manos

Cuando la condesa Caroline Esterzázy le preguntó a su profesor de música, Franz Schubert, por qué razón no le dedicaba una obra, el joven compositor le respondió que eso era innecesario, pues todo lo que escribía lo hacía pensando en ella. Esta tímida declaración de amor brotó de lo más hondo del corazón del músico de manera espontánea y sin esperanza, pues no podían amarse. La diferencia social existente entre ambos y la enfermedad venérea que él padecía en secreto hicieron que Schubert sólo pudiera aspirar a estar junto a Caroline el tiempo que compartían tocando el piano. Por eso, pensando en ella y para ella, escribió partituras donde los dedos de ambos pudieran encontrarse y entenderse, donde les estuviera permitido sentirse sin obstáculos. De esta manera, de las múltiples formas que puede adoptar el amor, entre las cuales la más común es el contacto entre dos cuerpos, Schubert eligió entenderlo a cuatro. Para él, el amor era a cuatro manos.